El fenómeno biológico de la muerte, desde la aparición
del hombre en la Tierra, ha sido observada en algunas culturas, como la
continuidad de la vida, siendo estrechamente relacionadas con las creencias
religiosas sobre la naturaleza de la muerte y la existencia de una vida después
de ella, y en algunos otras, como la negación absoluta de la misma,
especialmente en la cultura occidental, donde las religiones han influido
notoriamente sobre sus adeptos creándoles un cielo o un infierno, donde estarán
irremediablemente destinados hasta el fin de los tiempos.
Todo el ritual que acompaña a la desencarnación del
ser, implican importantes funciones psicológicas, sociológicas y simbólicas
para los miembros de una colectividad y tiene que ver, no sólo con la
preparación y despedida del cadáver, sino también con la satisfacción de los
familiares y la permanencia del espíritu del fallecido entre ellos.
En todos los pueblos primitivos se han encontrado vestigios de la creencia en
la inmortalidad del alma, sin que esos grupos étnicos jamás mantuvieran
cualquier contacto entre ellos.
Habitando distintos puntos del planeta, desarrollando
su propia cultura, en ellos se presentan los mismos cultos no obstante las
conquistas alcanzadas, todas basadas en la certeza de un principio creador,
justo y sabio, que recibe, para juzgar, a aquellos que retornan de la Tierra
después de la muerte física.
La mitología de cada país es un océano de hechos
espirituales, en el cual desembocan los ríos del conocimiento que se confunden,
por identidad de informes, con respecto a la continuación de la vida después
del desgaste carnal.
Los primeros entierros de que se tienen evidencias son de grupos de Homo sapiens. Además, los restos arqueológicos indican que ya el hombre de Neandertal pintaba a sus muertos con ocre rojo. Las prácticas de lavar el cuerpo, vestirlo con ropas especiales y adornarlo con objetos religiosos o amuletos son muy comunes. A veces al fallecido se le atan los pies, tal vez con la intención de impedir que el espíritu salga del cuerpo. El tratamiento más meticuloso es el del embalsamamiento, que nació, casi con seguridad, en el antiguo Egipto. Los egipcios creían que el cuerpo tenía que estar intacto para que el alma pudiera pasar a la siguiente vida, y para conservarlo desarrollaron el proceso de la momificación. En la sociedad occidental moderna se realiza este proceso para evitar que los familiares tengan que enfrentarse con el proceso de putrefacción de los restos.
Para los sumerios, el difunto entraba en el Kur, el
“Gran Abajo”. Allí presentaba ofrendas a los dioses con los que se quería
conciliar. Luego era acogido por otros muertos con los que viviría en el “País
sin Retorno”.
Para los egipcios, el alma del difunto accedía al
reino de Am-Duat, donde se beneficiaba de los favores de Osiris, dios de la
inmortalidad. Pero antes de vivir en paz para toda la eternidad, el alma tenía
que sufrir varias pruebas reveladas en el Libro de los Muertos, llamado así por
los arqueólogos que encontraron el manuscrito, pero que sería más correcto
traducir como Libro de la Salida a la Luz del Día. En el antiguo Egipto, la
muerte no era considerada como un final en sí mismo, sino como un nacimiento.
Los funerales de los gobernantes representaban un
evento religioso para la población; además, las Pirámides eran un símbolo y
prueba de la autoridad real, pues los faraones encarnaban la permanencia
social, la autoridad espiritual y temporal y su muerte ponía en peligro todos
estos elementos.
En la India, las creencias en la reencarnación se basan
en un sistema complejo que permite saber si el alma del difunto volverá o no a
la Tierra. Según el Hinduismo, existen 16 puertas divididas en tres grupos por
las que el alma puede salir. Según el grupo de puertas por las que se escapa,
podrá acceder el difunto a un reino superior, o tal vez renacerá, o bien,
finalmente se transfigurará y entrará definitivamente en un ciclo de
renacimientos.
En Grecia, Egipto y la China, los esclavos, a veces,
eran enterrados con sus amos, ya que se creía que en la otra vida el muerto iba
a seguir necesitando sus servicios.
En la India, llegado al lugar previsto para la
ceremonia, el cortejo se paseaba alrededor del féretro y antiguamente, en
algunos grupos, la viuda realizaba el suttee, es decir, se autoincineraba en la
pira funeraria del marido. Finalmente las cenizas se depositaban en un río
considerado sagrado.
En Tailandia, después de la cremación del monarca, el
nuevo rey y los miembros de la familia real tradicionalmente buscaban entre las
cenizas fragmentos de huesos. Estas reliquias se convertirían en objetos de
culto que, de forma indirecta, significaban la continuidad de la presencia y
autoridad del monarca fallecido.
Pueblos griegos y latinos representaban a la muerte
como una figura triste, con una antorcha apagada. En el cristianismo, se
simboliza con un esqueleto armado de una guadaña.
Según el antropólogo B. Malinowski, los nativos de las
islas Trobriand, cuando celebran su fiesta anual de la Milamala, tienen
especial cuidado de no exponer al aire ningún tipo de punta, extremo de lanza u
objetos punzantes, ya que estos podrían dañar a los espíritus de sus difuntos,
que en tal fecha acuden en masa a sus poblados para celebrar con ellos tan
importante efemérides.
Oscar Velásquez, Centro de estudios espiritas
francisco de asís. Santa marta Colombia
Continuación parte 2, próxima
entrega…
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