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jueves, 1 de mayo de 2014

entr # 35 PREFACIO (alfieri el marino) (obra de dos espíritus).

Todo es armónico y solidario en la creación, así en el orden físico como en el moral; todo progresa y se perfecciona; todo marcha, ya sea con inconcebible rapidez, ya con oscilaciones más o menos lentas hacia el Objeto final a que los inescrutables juicios del Creador destinan su obra.
Del mismo modo que en la tierra se han ido manifestando y adaptando los organismos a las diversas condiciones vitales del planeta, en las distintas épocas geológicas, y han ido constantemente perfeccionándose hasta llegar al hombre, en virtud de leyes supremas, así también se observa un mejoramiento permanente en las condiciones morales de la humanidad, considerada en conjunto, desde las épocas históricas más remotas hasta la Actualidad.


Aunque nos sean desconocidas las sublimes leyes que rigen todas estas evoluciones de continuo perfeccionamiento, que no por lo lentas dejan de ser evidentes, vemos, sin embargo, todos los días que la trasgresión de cualquiera de las reglas dictadas por el Creador impone al trasgresor el castigo correspondiente a su falta. El Omnipotente tiene determinado que sus leyes se cumplan, a pesar de la voluntad y del orgullo del hombre, el cual tiene la absoluta necesidad de someterse a ellas con amor y respeto para que se realicen las miras del Creador, o sufrir, de lo contrario, el castigo que su culpa merezca.
Nada más fácil que comprobar estas verdades en el mundo físico, y otro tanto sucede en el orden moral si se examina detenidamente. El hombre que realiza el mal, por más utilidad que de él pueda prometerse, comienza desde aquel instante a sentir el castigo de su conciencia, cuyas voces acaso se puedan ahogar en muchos momentos de la vida; pero siempre clamará contra el mal realizado en todos los instantes en que, recogiéndose el culpable sobre sí mismo, dirija su vista a esferas algo más elevadas que
Los goces e intereses materiales y que más satisfagan las aspiraciones de su alma.
¿Qué castigo merece en justicia el espíritu que haya realizado el mal?
No hablemos de la eternidad de las penas del alma que han admitido las religiones positivas, porque tal supuesto es completamente absurdo, injusto y cruel. Absurdo es, sin duda alguna, suponer que el alma pueda subsistir en un estado permanente cualquiera por una eternidad; pues si tal pudiera acontecer, concluiría por perder con el sentimiento todas las demás cualidades anímicas, o lo que es lo mismo, dejaría de ser espíritu. Ni el placer ni el dolor eterno  son posibles, y se oponen a la esencia misma de la naturaleza espiritual, que constantemente se modifica y perfecciona. Si el espíritu realiza el mal, es porque no comprende de antemano toda su transcendencia, y este mal realizado, que a primera vista parece un retroceso, le sirve, sin embargo, para que sepa apreciarle y sentir mejor sus fatales consecuencias.
 Aun en este supuesto extremo, el espíritu conoce más, y en último  resultado adelanta, sin que nunca pueda permanecer en una quietud imposible y de que no hay ni un solo ejemplo en la creación. La injusticia de las penas eternas es tan evidente, que desde luego salta a la vista. ¿Debe haber relación entre la falta cometida y el castigo impuesto? Admitiendo la
Justicia del creador, no es posible dudarlo ni por un solo momento. ¿Es eterno el mal realizado por el hombre? No: pues en este caso mal podrá serlo el castigo. El concepto de las penas eternas deja como consecuencia ineludible a la justicia divina muy por bajo de la humana, y hace del
Creador un ser más imperfecto aún que el hombre.
 Tres son las condiciones esenciales que debe llenar todo castigo humano si ha de responder al fin con que se impone:
1ª Que sirva de ejemplo a los demás:
2ª Que produzca la reforma moral del culpable y mejore su conducta: y
3ª Que sirva, en cuanto sea posible, de reparación al mal causado; pero con las penas eternas, sólo se podría conseguir, y esto de un modo imperfecto, la primera de las tres condiciones anunciadas, quedando en tal caso el Creador inferior a la criatura. ¿Puede darse impiedad mayor?
El Dios de amor, de bondad y de misericordia, se convertiría, con la eternidad de las penas, en el más cruel de los seres. No solamente habiendo, como hay, millones de hombres que por circunstancias ajenas a su propia voluntad, tienen que condenarse por toda la eternidad, sino
Que con uno tan sólo que hubiera en tales condiciones, sería motivo bastante en el Creador, admitiendo su infinito amor, para haber suprimido la creación, o por lo menos para no haber creado un ser consciente y reservarle luego a penas eternas e irremisibles.


Si tal pudiera suceder, tendría derecho este ser desgraciado de decir al Omnipotente: “Me creasteis por vuestra propia voluntad y no por la mía, y
Después me condenáis a eternos castigos. Con la existencia de mi espíritu cometéis una crueldad infinita y anuláis el objeto final de la creación, que no puede ser más que el bien. Yo hubiera preferido permanecer en la nada a sufrir eternamente después de creado, y esto prueba que no podéis ser ni bueno, ni justo, ni sabio”. No en vano dice la Escritura: “Yo no disputaré
Eternamente y mi cólera no durará siempre, porque yo soy quien une los espíritus a los cuerpos, y quien ha creado las almas” (Isaías, LVII, 16, Vulg.) “Porque yo sé los pensamientos que tengo sobre vosotros, dice el Señor, que son pensamientos de paz y no de aflicción, para concederos el fin de vuestros males y los bienes que esperáis”. (Jeremías, XXIX, 11). Si existieran las penas eternas, estas palabras serían el más cruel de los escarnios.
 El ateo niega a Dios, pero no le insulta, y ¿qué otra cosa que un insulto es suponer que “los elegidos se verán exentos de torturas y que, por otra parte, morirá en ellos toda compasión, porque admirarán la justicia divina”,
Como dice santo Tomás y han repetido san Bernardo y otros? Si yo tuviera la suerte de ser elegido, ¿habría de ver sin la menor compasión los dolores y las torturas que padecieran mis padres, mis hijos, mis amigos, en una
Palabra, los seres a quienes más haya amado? No, una y mil veces. Esa gloria indigna y egoísta no haría admirar sino más bien detestar la justicia divina; esto sería una blasfemia a la infinita bondad del Creador. Si tal gloria existiera, yo la renuncio desde luego y prefiero padecer los dolores y torturas, con tal de consolar en sus aflicciones a esos seres queridos de mi corazón.
Fragmento tomado del libro: alfieri el marino, (obra de dos espíritus)
Descargar gratis el texto completo español: biblioteca: (www.espiritismo.cc)
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Comunidad en google, (espirita: suprema redención)

Cada conciencia es una creación de Dios, y cada existencia es un eslabón sagrado en la corriente de la vida en que Dios palpita y se manifiesta.

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