I. El hombre es
un alma encarnada. Antes de su encarnación existía unida a los tipos primordiales,
a las ideas de lo verdadero, del bien y de lo bello, de las que se separa
encarnándose, y recordando su pasado, está más o menos atormentada por el deseo
de volver a él.
No puede enunciarse más
claramente la distinción y la independencia del principio inteligente y del
principio material; además, es la doctrina de la preexistencia del alma, de la
vaga intuición que conserva de otro mundo al cual aspira de su supervivencia al
cuerpo, de su salida del mundo espiritual para encarnarse y de su vuelta a este
mundo después de la muerte; es, en fin, el germen de la doctrina de los ángeles
caídos.
II. El alma se
desvía y se turba cuando se sirve del cuerpo para considerar algún objeto; tiene
vértigos como si estuviera ebria, porque se une a cosas que están por su
naturaleza sujetas a cambios, en vez de que, cuando contempla su propia
esencia, se dirige hacia lo que es puro, eterno, inmortal, y siendo de la misma
Naturaleza, permanece allí tanto tiempo como puede; entonces sus extravíos
cesan, porque está unida a lo que es inmutable, y este estado del alma es lo
que se llama sabiduría.
De este modo el hombre que
considera las cosas de la tierra desde el punto de vista material, se hace
ilusiones; para apreciarlas con exactitud, es menester verlas desde Arriba, es decir, desde el punto de vista
espiritual. El verdadero sabio debe, pues, aislar Hasta cierto punto, el alma
del cuerpo, para ver con los ojos del espíritu. Esto es lo que Nos enseña el
Espiritismo. (Cap. II, número 5).
III. Mientras
que tengamos nuestro cuerpo y el alma se encuentre sumergida en esta corrupción,
nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos: la verdad. En efecto, el cuerpo
nos suscita mil obstáculos por la necesidad que tenemos de cuidarle; además,
nos llena de deseos, de apetito, de temores, de mil quimeras y de mil
tonterías, de manera que con él es imposible ser prudente ni un instante. Pero
si es imposible conocer nada con pureza mientras el alma está unida al cuerpo,
es necesario que suceda una de estas dos cosas: o que nunca jamás se conozca la
verdad o que se conozca después de la muerte. Desembarazados de la locura del
cuerpo, entonces conversaremos, es de esperar, como hombres igualmente libres,
y conoceremos por nosotros mismos la esencia de las cosas. Por esto los
verdaderos filósofos se preparan a morir, y la muerte no les parece espantosa.
("Cielo e Infierno", 1ª parte, cap. II; 2ª parte, cap. I).
Este es el principio de las
facultades del alma, obscurecidas por el intermediario de los órganos
corporales y de la expansión de sus facultades después de la muerte; pero aquí
se trata de las almas escogidas, ya purificadas, pues no sucede lo mismo con
las almas impuras.
IV. El alma
impura, en este estado, es arrastrada e impelida de nuevo hacia el mundo visible
por el horror que tiene a lo invisible e inmaterial: entonces está errante, se
dice, alrededor de los monumentos y de los sepulcros, cerca de los cuales se han
visto a veces tan tenebrosas, como deben ser las imágenes de las almas que han
dejado el cuerpo sin estar enteramente purificadas, y que conservan algo de la forma
material, lo que hace que puedan verse. Estas no son las almas de los buenos,
si la de los malos, que están obligadas a permanecer errantes en estos parajes,
adonde llevan consigo la pena de su primera vida y en donde permanecen errantes
hasta que los apetitos inherentes a la forma material que ellas se han dado,
las conducen a un cuerpo, y entonces vuelven, sin duda, a tomar las mismas
costumbres que durante su primera vida eran objeto de sus predilecciones.
No solamente se explica aquí el
principio de la reencarnación con claridad, sino que está descrito, del mismo
modo que lo demuestra el Espiritismo en las evocaciones, del estado de las
almas que aun están bajo el imperio de la materia. Hay más, y es que Dice que
la reencarnación en un cuerpo material es consecuencia de la impureza del Alma,
mientras que las almas purificadas están dispensadas de hacerlo. El Espiritismo
no dice otra cosa; añade solamente que el alma que ha tomado buenas
resoluciones en el Estado errante, y que se halla en
conocimientos adquiridos, tiene, al renacer, menos Defectos, más virtudes y más
ideas intuitivas que no tenía en su precedente existencia; y Que de este modo,
cada existencia implica para ella un progreso intelectual y moral.
(Cielo e Infierno, 2ª
parte: Ejemplos).
Tomado del libro: EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO
//Allan Kardec.
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Cada conciencia es una creación de Dios, y cada existencia es un eslabón sagrado en la corriente de la vida en que Dios palpita y se manifiesta.
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