I
Entre las
muchísimas debilidades e imperfecciones de que adolece la raza humana, el
fanatismo es quizá (y sin tal vez) el más trascendental de nuestros defectos, y
el que más perjudica a todas las instituciones sociales, sean políticas o
religiosas, artísticas o científicas y sobre todo a la que compone la familia y
hogar doméstico, constituyendo entre sí la vida y centro de acción moral e
intelectual del hombre.
Esa calentura, esa
especie de excitación nerviosa, ese vértigo que nos domina, es el cloroformo
de la razón; el hombre fanatizado es una máquina, es una cosa, es un juguete,
con el cual juegan a discreción todos aquellos que saben halagar las pasiones,
convirtiéndolas en vicios, que lo enloquecen por completo.
Tal vez algunos me
dirán que sin fanatismo no hubiese habido mártires: ciertamente que no; pero es
que yo a los mártires no los encuentro necesarios: las víctimas y los
sacrificios son consecuencias de las aberraciones humanas más no indispensables
para Dios.
¿Cómo ha de querer
el Eterno el tormento y la descomposición multiplicada de sus hijos, cuando en
su infinito amor ha puesto a nuestro alcance millares y millares de mundos
donde progresar y vivir? Nosotros, y únicamente nosotros, somos los fatalistas
visionarios que decimos: Dios lo quiere; no, no es Dios, es nuestra vida
pasada, es nuestro ayer al parecer perdido, más hallado, y muy hallado por cada
individuo relativamente, sin perderse ni una sonrisa; sin evaporarse ni una lagrima:
pera... dejaré la digresión volviendo los ojos al punto de partida, que me
sirve de estrella polar en mi presente trabajo.
El fanatismo es
innegable que empequeñece cuanto toca, porque produce la fe ciega, y ésta no
permite analizar ni juzgar; no hace más que creer, y esto no es bastante es necesario saber el por qué se cree; he
aquí la razón, porque no quiero que el fanatismo se apodere de ninguna
religión, ni escuela filosófica, sea cual sea, porque los fanáticos son
intolerantes, quieren siempre imponerse y para mí el derecho de la fuerza es
la osadía de la flaqueza.
Fatal es la
influencia de ese enemigo capital de todos los hombres, pero causa mucho más
estrago en las inteligencias débiles y limitadas; a esas desgraciadas
criaturas las convierte en bufones de la sociedad, y desdichado de aquel que
nos inspira una compasión risueña o festiva porque éste sentimiento sui generis no sólo
destruye el valor moral de aquel ser únicamente, sino que se apodera, de la
escuela o religión a que pertenece, haciendo recaer en ella el ridículo en
absoluto; por esto, repito, y no me cansaré de repetirlo, esos pobres
fanáticos, con la más sana intención, están sirviendo de testigos falsos para
dar fe de un hecho que no conocieron.
El Espiritismo
tiene también estas limas sordas, enemigos inconscientes, pero temibles, que si
bien no le derriban, porque éste es inconmovible, empero arrojan el agua del
sarcasmo social sobre sus piedras angulares, y los cimientos sino
flaquean, al menos parece que se van hundiendo en arena movediza.
Estos puntos
negros son los de los hombres fanatizados, que se empeñan en ser médiums a viva
fuerza; porque muchos creen que no siendo médiums, no se puede ser espiritista:
necedad para la cual no encuentro adjetivo que la califique, ¡y cuánto daño no
hace ese inocente deseo...! ¡Y a cuántas burlas da lugar,
entorpeciendo y debilitando nuestra propaganda!
Dice un refrán:
“Que los tontos ni para santos sirven”, y añade otro: «Que es necesario tener
un poquito de Dios y otro poco del diablo», dando la última pincelada aquel de:
“El que tontamente peca, tontamente se condena”.
Yo tengo un gran
placer en estudiar en ese álbum universal que han formado los proverbios
populares, dípticos, anómicos, aforismos sapientísimos, profundas sentencias
que sin abrigar pretensiones, son el índice de la historia de este y
cuando encuentro en mi camino a una de esas almas cándidas que se
impresionan, y no raciocinan, no puedo menos de exclamar: bien dicen que los
adagios son, manifestaciones de la verdad, simplificados y puestas al
alcance de todas las inteligencias.
Hace tiempo
que conozco a un tipo especial, que quiero retratar, para que todo aquel que
tenga conciencia de sí mismo y estudie las doctrinas espiritistas, lo
contemple con detenimiento y trate de no parecerse a él: primero, para no
perjudicar a la idea colectiva; segundo, para no convertirse en histrión
o payaso, que es el papel más triste y más secundario que podemos
representar en la comedia de la vida; porque no sabe hacerse valer y
respetar por si mismo ¿qué considera ración puede pedir a los demás?
Ninguna absolutamente ninguna.
CONTINUACIÓN….SEGUNDA PARTE…próxima entrega
TOMADO DEL LIBRO: Ramos de Violetas -Amalia Domingo Soler-
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